sábado, 15 de septiembre de 2012

S O R D O S




Hace poco tiempo, un amigo me regaló un libro. Él sabía que podía interesarme y acertó. Se trata de un libro sobre la sordera, el autor es Oliver Sacks y el título Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos. Durante buena parte de su lectura mis ojos estuvieron brillantes y húmedos y, en ocasiones, mi corazón encogido. Me hubiera gustado conocerlo antes, pero, sobre todo, me hubiera gustado que  alguna de las cosas que cuenta hubieran ocurrido antes.

Nunca había leído nada sobre este colectivo; ya la primera frase del libro me sorprendió. Comienza así Sacks: "Somos sumamente ignorantes respecto a la sordera...". Hace unos años escribí una pequeña historia sobre mi padre, sordo, para una página local y, recientemente, la reproduje en este blog. En el pequeño párrafo que dediqué a este asunto decía yo: "Quiero recalcar aquí que la sordera es una gran desconocida"Sacks además añadía: [Somos respecto a este asunto]"Ignorantes e indiferentes". No es de extrañar que esta coincidencia me hiciera primero avanzar con avidez en su lectura y, segundo,  traerlo ahora aquí.

Otra afirmación de Sacks que me llamó poderosamente la atención  porque siempre he estado de acuerdo con ella, aunque raramente me he atrevido a expresarla en público por lo tremenda, es la siguiente: "Tendemos a considerar la sordera, si alguna vez pensamos en ella, menos grave que la ceguera; tendemos a verla como un impedimento o un obstáculo, pero no la consideramos, ni mucho menos, tan terrible en un sentido radical. Es discutible que la sordera sea 'preferible' a la ceguera si se presenta en una etapa tardía de la vida; pero es infinitamente más grave nacer sordo que nacer ciego, al menos potencialmente" (el subrayado es mío). Efectivamente hay una gran diferencia para el aprendizaje entre las personas sordas de nacimiento y las que les ha sobrevenido posteriormente la sordera, aunque sea en etapas tempranas de su vida.

Pero no solamente me he sentido concernida en las coincidencias, también cuando aborda cómo ha sido el mundo de los sordos. Hasta hace poco menos de un siglo, los sordos eran considerados seres incapaces. A menor nivel cultural, más desprecio y más incomprensión. El autor descubre con horror los contratiempos, los sufrimientos y las infinitas injusticias cometidas contra este colectivo. Conoce y detalla casos concretos, conocidos por él o estudiados por otros.

Defiende a ultranza el lenguaje de signos. Hace historia y cuenta los avatares que ha sufrido esta lengua, desde las enseñanzas y los grandes avances trabajando con los sordos del abate de l'Epée hasta la prohibición de su uso en la enseñanza en  1880 en el Congreso de Milán, ocasionando catástrofes y retrocesos en la educación de las personas sordas.

Contra los que piensan que el lenguaje de signos es una "mímica rudimentaria y primitiva", él sostiene que las señas pueden ser un lenguaje completo que lo mismo puede servir para flirtear como para dar un discurso o una clase de matemáticas o filosofía. En una palabra, exalta la lengua de signos, su complejidad, su identidad, su rica estructura interna, su riqueza gramatical y su sintaxis. También cita el daño que han causado los "oralistas" a los sordos. Para quien no esté familiarizado con el tema, se llama oralistas a los que pretenden impedir a los sordos las señas y abogan por que se queden sólo con la palabra, eso tan difícil para ellos.

Sacks  habla de estudios neurológicos y plantea una reflexión acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento, señalando las funciones y áreas cerebrales en las que están ubicadas.  La lengua por signos desarrolla el hemisferio izquierdo del cerebro y en pruebas de construcción espacial realizadas en niños, los niños sordos, obtuvieron mejores puntuaciones que los oyentes.

La última parte del libro está dedicada a la universidad americana de Gallaudet, la única del mundo dedicada a sordos. Tiene profesores sordos y oyentes. También nos cuenta, de forma apasionada, cómo en la década de los setenta, los estudiantes se empezaron a organizar, a exigir... se empezó a hablar de un "poder sordo" "orgullo sordo" y, años después, en 1988, después de tres días de concentraciones, consiguieron que el rector de su universidad también fuera, por primera vez, un sordo.


Los sordos se han hecho un poco más presentes en la sociedad gracias a muchas personas sordas y oyentes que, como siempre que se quiere conseguir algo, le han dedicado tiempo y esfuerzo a este empeño. Ahora yo no nos extraña ver a traductores para sordos en los mítines políticos ni en conferencias. Hay programas en la televisión e incluso obras de teatro y recitales poéticos para sordos. Qué pena que mi padre, sordo desde los dos años por falta de penicilina, no haya conocido esto.


Cuando yo era chica y vivía en una pequeña comunidad no comprendía cómo personas infinitamente más torpes que mi padre lo menospreciaban. Él, que los sobrepasaba en todo menos en una cosa: gritar. Esta breve reseña es un homenaje a los sordos, una forma de que estén un poco más presentes, ellos, tan ignorados. 



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Oliver Wolf Sacks (Londres, 9 de julio de 1933) es médico neurólogo, escritor y profesor universitario. Ha escrito numerosos libros basados en estudios sobre sus pacientes que se han convertido en best-seller y alguno en película (Despertares). Es uno de los principales divulgadores del pensamiento científico. Sus obras desvelan con claridad las profundidades del cerebro, dejando al descubierto, de forma fascinante, sus misterios y funcionamiento.












sábado, 1 de septiembre de 2012

MISTERIOS




Hablaba yo el otro día con una amiga creyente que venía de quedarse viuda. Unos meses antes había perdido a una hermana y, antes, pero también recientemente, a su padre. Estaba desesperada, triste y hundida. Pero es dicharachera y ni siquiera en esos momentos perdía naturalidad. "--¿Pues sabes qué te digo? que yo ¿qué pinto aquí ya? Sólo pienso en irme 'allí arriba' con ellos." Sin poder evitarlo, me puse a pensar en lo de "allí arriba". Yo "allí arriba" nunca había visto nada. Debía ser más arriba, pero tampoco cuando he escalado una montaña he visto nada; ni siquiera yendo en avión. Bueno, pero quizá yo sea muy elemental y tenga que pensar en "más arriba". Recordé entonces al hombre subiendo a la luna y los diferentes Apolo, Soyuz y demás cohetes disparados. Nada, nadie había visto nunca nada. Pensé en nuestro sistema solar... en nuestra galaxia, en otras galaxias... ¿dónde estarían, según los creyentes, todos los muertos resucitados? 
Mi amiga se refería, era evidente, a esa afirmación que la Iglesia considera "verdad fundamental del cristianismo", "hecho más importante de toda la historia": la resurrección. Es verdad que esto ocurrirá "al final de los tiempos" (qué lenguaje más oscuro), pero la gente se cree que esto está ya ocurriendo y tiene prisa por llegar. De todas formas, alguno debe andar ya por ahí.   Seguí dándole vueltas a este asunto que, desde mi pubertad, me ha planteado algunas preguntas ¿Quiénes resucitan? ¿Todos? Bueno, ya sabemos que los "malos" van al infierno pero sigue habiendo mucha gente "buena". ¿Desde cuándo resucitan? ¿Desde el primer hombre? ¿También los cromañones? ¿Desde el siglo I? ¿También los africanos, asiáticos y americanos a pesar de no tener conocimiento de este extraordinario suceso hasta mucho tiempo después? Me parece mucha gente, pero en fin... ¿Se vuelven algunos a morir? ¿La resurrección es para siempre? ¿Existe un lugar tan grande para que quepamos todos? Yo, aunque no sea creyente, me considero "muy buena", así que también, según esa teoría (o afirmación categórica), resucitaré. Pero el mayor problema que veo es el del aspecto físico. ¿Qué aspecto tendremos?  Mi amiga quería estar con su marido, con sus padres y sus hermanos. ¿Ella tendría el aspecto de cuando se casó, cuando se murió el marido, cundo se muera ella? Si es así su abuela no la va a reconocer porque su abuela murió cuando ella era bebé. Y pensando en mi caso... Si me muero y tengo aspecto de ochentona (ojalá llegue) no me va a reconocer mi abuela y yo quiero estar con ella y verla. Y con mis nietos que por desgracia no sabré qué  aspecto van a tener. Pero, a mi abuela, la querrá ver su madre y su abuela y si tiene el aspecto con el que yo la conocí esto no será posible.

Todas esas elucubraciones pasaban por mi mente y se las planteaba en voz alta a mi amiga. "--Anda, mujer, seríamos como espíritus". "--Ah, como espíritus, sin cara, sin ojos ¿cómo íbamos a reconocernos entonces?" Yo quiero, si eso sucede, ver y tocar a mis hijos, a mis padres, a todos los míos. Quiero ver de cerca la caída de párpados de Marilyn, tocar el vestido de María Antonieta (el que llevara cuando yo la viera) y rozarme con ese tío tan buenorro de la ofi que nunca me hizo ni caso. Si no es así, no me interesa, conmigo que no cuenten.

De todas formas pienso que es un asunto que no está suficientemente tratado por las altas jerarquías eclesiásticas. Nos deberían dar más detalles.