jueves, 27 de enero de 2011

TRADUCCIÓN


Mi osadía llega cada vez más lejos: ahora me atrevo a traducir.
Hace algún tiempo, mi amiga Claudie (otra vez ella) me prestó un libro: La conversation amoureuse, de Alice Ferney. No sé si está editado en español, en todo caso, ella me dejó la edición francesa que había leído.
En muchas ocasiones hemos hablado de cómo traduciríamos según qué términos. Ella se pregunta cómo se traducirían en español determinadas palabras. A veces, cuando lee algo en francés traducido de otras lenguas, lo mira en español para ver similitudes; nos gusta comentar estas cosas, comparar. Hemos hablado muchas veces de poesía, de la dificultad de su traducción y de cómo se vertirían al francés determinadas expresiones. Recuerdo alguna cosa de Benedetti y de otros autores. Incluso me he atrevido a poner en francés algunas frases o en español, dependiendo del idioma al que queríamos verterlo.
Yo leo francés con facilidad, pero, en este libro, cada dos o tres páginas (a veces varias en una sola) encuentro alguna palabra que debería mirar en el diccionario, mas, bien por vaguería, bien porque me hago una idea por el contexto, al final me quedo sin consultarla. No siempre los tengo a mano (ni a ella ni al diccionario).
Por eso, de pronto, me han entrado ganas de traducir algún párrafo de esta novela, de gran éxito en Francia. No la he terminado todavía, pero la autora, ya desde el principio, demuestra un gran conocimiento de las diferentes sensibilidades hombre-mujer y aquí, en esto libro, lo demuestra.
He tomado para traducir un pequeño párrafo al tuntún. Se trata de la primera cita entre una pareja.
Habían encontrado pues ese sitio para cenar y hacerlo de forma que nadie oyera lo que se dirían, incluso ignorando todavía hasta dónde irían las palabras, porque conocían mejor su deseo que su audacia. Estaban sentados cara a cara en torno a una mesa redonda prevista para dos comensales. El diámetro era tan pequeño que sus rodillas podían tocarse bajo la mesa. No se tocaban. Todo malestar había desaparecido. Por lo menos el que causa, al principio, la extrañeza de una situación cuya razón de ser es inconfesable. Ellos se habían acostumbrado a lo que no ocurre muy a menudo: estar muy cerca de alguien físicamente sin ser familiar suyo, compartir una comida sin mostrarse capaces de enunciar el motivo de esta relación. No eran amigos. Precisamente amigos no lo serían nunca. ¿Tenían que llevar a cabo algún trabajo? De ninguna manera. ¿Iban a hacer negocios? En absoluto. ¿Por qué estaban sentados conociéndose y riéndose? No había ninguna explicación legítima. No había nada más que la fuerza de la atracción. Además se podía percibir: en los rostros, el interés traicionaba la intención. Sin que hubieran dicho ninguna palabra, estaban convencidos sin embargo de esto: se gustaban. Y ahora era el momento de la transparencia, de un conocimiento común: los ocupaba un encuentro total.

sábado, 22 de enero de 2011

DULCE ESPERA




Vivo la dulce espera de un nuevo nieto. Será el tercero. Ya tengo dos nietas de mi hija, pero este es de otro hijo y además será varón, así que es un poco como si volviera a ser el primero otra vez.
Mi nieta Daniela hace algún tiempo que me da besos espontáneos y Leonor, siempre tan madura, me sorprende continuamente con cosas de niña grande, de adulta, incluso.
Ahora también por primera vez estoy experimentando lo difícil que es llevar a un lienzo lo que capta la vista, lo percibido por una mirada. Estoy intentando mi primer paisaje al óleo. Cuando lo tenga terminado, vendrá pintiparado para ilustrar mi escrito "El camino". Solo habría que poblarlo de algunas encinas para adehesar sus lomas.
Son nuevas experiencias que me tienen embelesada. ¿Será por eso por lo que no hace acto de presencia la inspiración?

jueves, 20 de enero de 2011

ACELGAS TITA SALVA

Estas acelgas, que mi madre y yo llamábamos "tita Salva", ahora, me consta, mucha gente las llama "Acelgas Manuela" porque he dado esta receta a todas mis cuñadas, mis compañeras de trabajo, mis amigas... Poca gente que lea este blog, desconocerá esta receta. Yo he querido homenajear a la tía de mi padre titulando esta entrada con su nombre, ya que fue ella quien proporcionó a mi madre esta forma de hacer las acelgas.

Siempre que he dado esta receta a alguien le he comentado que es una receta de verduras para aquellos a quienes no les gusten. Luego me han confirmado que, efectivamente, así era.

Aunque mis hijos ya saben todas mis especialidades y truquillos, no sé si conocerán esta. Desde luego en casa las han tomado desde pequeños, así que imagino que se acordarán por haber visto muchas veces cómo se hacían. También va para mis nueras. Una de ellas me comentó hace poco que llevaba tiempo sin poner alguna receta, así que ahí va.

Se hierven las acelgas en agua y sal (no mucho tiempo, es mejor dejarlas enteritas porque luego tienen que hervir más con el refrito). Se sacan escurridas y se guarda el caldo.

En una sartén con aceite se echan dos dientes de ajos enteros. Cuando están dorados se sacan y se machacan en un mortero.

En este mismo aceite se echa una patata cortada un poco más gorda que para tortilla. Cuando está ligeramente hecha, se añade al aceite y uno o dos tomates maduros (o natural de bote). Una vez refritos los tomates con las patatas se echan las acelgas y se les da una vuelta en el mismo aceite. A continuación se añaden los ajos machacados, un poco de miga de pan mojada en el caldo que reservamos, y un poco de cominos machacados o en polvo. Se cubren con un poco del caldo que hay reservado (de haberlas cocido) y que hiervan 5 ó 10 minutos más.

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A mí me gusta dejar (una vez hervidas) unas cuantas pencas, de las más hermosas, enteras. Estas no se las echo al guiso. Las dejo aparte y las pongo en vinagreta. Pueden ir acompañadas de algún puerro hervido, algún tomate en rodajas o incluso espárragos blancos. Puede resultar un primer plato muy sano y con pocas calorías.

De esta vinagreta siempre suelo tener un bote de cristal en el frigo para las ensaladas. Es comodísimo coger el tarro y echar unas cuantas cucharadas en el fondo de la ensaladera y no tener que pararte.

La vinagreta es de lo más simple: tres partes de aceite de oliva, una de vinagre y sal al gusto. Yo le añado una pizca de mostaza francesa. Para variar, a veces le pico un diente de ajo (en cuadraditos finísimos) o un par de pepinillos (en trozos algo mayores que el ajo). Para mezclar, se cierra el bote y se agita, así se deslíe muy bien la mostaza.

Supongo que este post (o entrada) no se habrá detenido a leerlo nadie a quien no le interese la cocina. Si a alguien le ha venido bien la receta, me alegro.

lunes, 17 de enero de 2011

SI ME PIERDO...

Hay una sevillana que empieza así: "Si me pierdo, que me busquen..."

Hoy quiero hablar de gastronomía, pero no quiero daros ninguna receta, ni hablar de calorías, ni hacer ningún recopilatorio de ventajas nutritivas, ni enumerar especialidades regionales, ni nada de eso. Solo quiero hacer un pequeño comentario. Cuando se trate de picar, tapear, ir de cañas, de vinos, tomar algo más o menos en serio, cenar, comer, etc., etc., buscadme por el sur. Luego también me podéis buscar en Galicia y en general en toda la costa cantábrica. También en Cataluña, cómo no, y después en las dos Castillas y en el resto de regiones de España, incluídas las islas. Adonde no debéis ir a buscarme para estos menesteres (porque no estaré) es a la Comunidad Valenciana.

Quería encontrar la versión de El Pali pero no la he encontrado, así que pongo un enlace a unas antiguas de él y "Si me pierdo..." del Grupo Albero, de Alcalá de Guadaíra.
http://www.youtube.com/watch?v=vVYVRlS1YvY


http://www.youtube.com/watch?v=clJw0b5tB-o

domingo, 16 de enero de 2011

PINCELADAS SOBRE UN PAÍS (2)

Queridos alumnos: tal como os prometí el primer día en la clase de apertura, os voy a hablar un poco de mi país, España. No os voy a contar cosas que podréis encontrar en en los libros o en la red (número de habitantes, superficie, etc.) o, al menos, no todas las que podréis consultar, sino curiosidades que os pueden llamar la atención.

A España se la llama “la piel de toro”, precisamente porque su silueta tiene la forma de la piel extendida de este animal. Está situada al sur de Europa y se dice que es la puerta a dicho continente para los africanos. Al norte de España está situada Francia y, al oeste, Portugal. Es un dicho común en mi país decir que España vive de espaldas a Portugal y hay bastante razón en ello: en efecto, a pesar de formar ambos países la Península Ibérica, los españoles apenas conocemos a nuestros vecinos.

El clima, aunque varía mucho de las regiones del norte a las del sur, es continental, por tanto extremo, pero en la mayoría de las regiones gozamos de muchos días de sol. Esta razón y la cantidad de monumentos y obras de arte existentes hacen que recibamos millones de turistas a lo largo del año.

Una de las cosas por las que somos conocidos los españoles es por las corridas de toros. Aunque seguramente todos vosotros sabréis en qué consisten, lo explicaré brevemente: el toro sale a la plaza y enseguida se le empieza a hacer daño. Primero con una larga lanza que lleva un hombre a caballo y que lo deja gravemente herido, a continuación se le asaetea con unos instrumentos punzantes, las llamadas “banderillas”, para, al final, morir a manos del torero con una larga espada que introduce hasta el mango encima de su testuz. Hay muchos aficionados a este espectáculo llamado “fiesta” y no voy a negar su colorido y plasticidad.

Otra cosa muy típica nuestra es el flamenco, muy desconocido entre los mismos españoles. Esta forma de cante y baile se da sobre todo en Andalucía donde es muy valorado. Existe otro flamenco para consumo turístico que no tiene nada que ver con el auténtico.

Y, dejando aparte los “tipismos”, España está considerada un país moderno, europeo, que va por delante en muchas leyes y asuntos sociales.

En otra ocasión profundizaremos, si queréis, en estos y otros asuntos. Ahora, abriremos un minicoloquio, por si hay alguno de vosotros que quiera preguntar algo concreto.

jueves, 6 de enero de 2011

PINCELADAS SOBRE UN PAÍS (1)

Carmen, mohína, dejó las bolsas en el suelo y se acercó al buzón para ver si tenía correo. Le fastidiaba ese vano ejercicio de tener que cambiarse el bolso de mano, soltar momentáneamente lo que portaba en su derecha, sacar las llaves y abrir el buzón para encontrarse solo propaganda o, como mucho, alguna carta del banco. Llevaba días esperando respuesta a su solicitud de trabajo como profesora de español nada menos que al otro lado del mundo. A medida que pasaba el tiempo se convencía de la inutilidad de aquella ilusión: nunca la aceptarían, pero ¡caray, al menos podrían contestar!

Como era lunes, el buzón estaba rebosando de propaganda con todo tipo de ofertas. Los carteros comerciales debían hacer horas extras los fines de semana. Cogió todos los folletos arrugándolos con la mano izquierda mientras se dirigía a la papelera con gesto cansino. Entonces notó en medio de los papelotes algo con más cuerpo. Abrió la mano y dejó caer todo en la papelera para que quedara visible cuanto antes lo que podía ser aquello que notaba más voluminoso: la carta que esperaba con tanta ansiedad. Sí, sí, le habían contestado, vaya, al menos eran educados. Llamó al ascensor, recogió en un santiamén su carga y -sin saber cómo- aguantó sin abrir la carta hasta que no estuvo en su casa.

Le decían que la aceptaban. Su currículo era bueno y esperaban contar con ella a primeros del mes siguiente. Adjuntaban un contrato que debía devolver firmado. No se lo podía creer: qué suerte, pero qué suerte, se repetía.

Por fin cumpliría el sueño de viajar a Brisbane, Australia, aquel país lejano que tanto la atraía y que la haría olvidar todos los malos tragos pasados durante los últimos años: podría olvidar a Carlos (o intentarlo) y mostrarse ante sus padres como una mujer independiente, sin necesidad de pedir ayuda extra a fin de mes. Así, mataría dos pájaros de un tiro. Volvió a la enciclopedia y estuvo leyendo por enésima vez todas las noticias sobre la que sería su nueva ciudad. Miraba con avidez las fotos y los planos. Conocía ya de memoria la situación del aeropuerto, los meandros del Brisbane River e intentaba imaginar dónde estaría el colegio en el que tendría que trabajar, en qué barrio encontraría casa, cómo serían sus compañeros de trabajo…

En España estaba empezando el verano y había leído que allí casi todo el año hacía buena temperatura, así que puso en sus maletas toda la ropa de temporada que tenía en el armario. Se iría sin avisar, solo se lo comunicaría a sus padres, claro. A los amigos les escribiría desde allí dándoles la sorpresa. De pronto se sintió superior. Muchas veces la habían hecho sentirse pusilánime e indecisa y ahora disfrutaba con la idea de sorprenderlos. También la verían con otros ojos, quién sabe si con envidia o admiración. Pero con lo que se relamía de gusto era imaginándose la cara de Carlos cuando conociera la noticia. Entonces ella estaría ya lejos y suponía que estando a tantos kilómetros habría desaparecido, o al menos se habría apaciguado, esa tormentosa dependencia de sus noticias.

Encontró un vuelo bastante asequible y una semana más tarde estaba facturando sus maletas en el mostrador de Air New Zealand. Cuando desembarcó encontró esperándola a un empleado del colegio, con el típico cartelito en el que ponía: Ms. Martinez. Él se ocupó de trasladarla al hotel y le proporcionó todo tipo de información sobre posibles alquileres, además de brindarse a ayudarla en todo lo que necesitara. La acogida no había podido ser mejor. No se sentía nada extraña, tenía la sensación de estar en cualquier ciudad cerca de la suya. La desazón que la había preocupado desde que recibió la carta, estaba empezando a desaparecer.

También comenzaba a sentir lejano a Carlos ¡por fin! Unas semanas sin noticias suyas habían sido un martirio y en cambio dos días fuera del país estaban surtiendo el efecto deseado. La aventura que la había mantenido los dos últimos años pendiente del correo, del teléfono, empezaba a dar señales de flaqueza: podría olvidarlo.

Camino del hotel, John le iba dando todo tipo de explicaciones; no era un simple empleado del colegio, como había entendido al principio, sino que, además de formar parte de la junta directiva y hacer las veces de secretario, impartía Literatura Inglesa: vaya, se complementaban, pues su asignatura de Lengua Española o “Español” incluía un apartado de literatura. John le narró en pocas palabras su corta historia en el colegio. Hacía solo tres cursos que se había incorporado. Mientras el coche avanzaba despacio, le iba dando explicaciones de los sitios por donde pasaban y, a veces, él mismo se quedaba mirando demasiado tiempo lo que le mostraba. Le divertía su parsimonia y al mismo tiempo le preocupaba la conducción tan desenfadada.

Cuando se despertó a la mañana siguiente fue la primera vez en mucho tiempo en que el recuerdo de Carlos no apareció de inmediato. ¿Cómo había podido soportar a un tipo tan egoista? Se veían cuando a él le venía bien. Entonces, es verdad, se dedicaba a ella por entero, pero después volvía a desaparecer durante días y, si alguna vez ella lo llamaba, tenía la habilidad de hacerla sentir inoportuna. Bah, ahora sí podría olvidarlo. Una vez más, como había hecho en infinidad de ocasiones, empezó a enumerar mentalmente las desventajas de aquella relación para convencerse de su inconveniencia. Esta tarea, que ella se imponía para darse seguridad y sentirse menos vulnerable, había resultado siempre inútil, pero ahora los argumentos tomaban cada vez más fuerza y, además, se dijo para sí y como colofón: ni siquiera era buen amante.

Carmen había identificado la salida de España con la ruptura con Carlos. La única solución que se le ocurría ante la opresión y la asfixia que sentía cuando no conseguía quitarse de la mente la presencia de éste, era abandonar el país, yéndose lejos, muy lejos. Por eso vio el cielo abierto cuando encontró aquel anuncio: el trabajo que más le gustaba, en el continente que más la atraía.

A medida que se enfrascaba en esta nueva aventura que la ilusionaba, la mantenía viva, despierta, pendiente de mil asuntos, se iba olvidando de la otra historia cuyo principal motivo de preocupación era estar pendiente de que sonora el dichoso teléfono.

A Carlos tardó en olvidarlo menos de lo que había imaginado. John resultó un joven encantador y estuvo ayudándola durante todo el mes hasta dejarla bien instalada en un apartamento próximo al suyo y cerca, a su vez, del colegio. John era joven, activo, desenfadado y muy divertido. Todo lo contrario de Carlos, mayor que ella, divorciado y con gesto siempre adusto, aunque educado. Cuando se acordaba de cómo la había hecho sufrir sentía una euforia interior y un alivio que le dejaba los músculos relajados, se sentía flotar.

La ciudad era imponente, necesitaría varios años para descubrirla, a pesar de haber leído tantas cosas sobre ella. Se había confeccionado unos apuntes con unos cuantos datos: un poco de historia, temperaturas, economía, y ahora, en su segundo día de clase, se sorprendía llevando unas notas sobre su propio país. Resulta que tenía que hablar de lo que quería olvidarse a toda costa. Tuvo que hacer un esfuerzo para distanciarse y ponerse en la piel de alguien que no ha oído hablar nunca o casi nunca de un lugar.

El día anterior, el primero, una vez hechas las presentaciones de rigor, y para romper un poco el hielo con sus alumnos, les planteó que eligieran ellos el asunto sobre el que tratarían en su primera clase. A los alumnos les había llamado la atención su nombre y su país de origen, España, y querían saber cosas sobre ese país. Pero ¿qué cosas les interesaban? Pues harían lo que se llama una tormenta de ideas (brainstorming), pero, en vez de cantarlas de viva voz, cada uno escribiría aquello que más le llamara la atención o le produjera curiosidad. Cuando todos hubieron terminado y clasificaron los diferentes aspectos que querían tocar, comprobó con horror cómo predominaba la palabra “toro”.

No solo tenía que hablar del país del que quería olvidarse, sino también habría de tocar un tema que no le atraía en exceso (siempre había encontrado incomprensión por parte de Carlos al respecto) y que, la mayoría de las veces, cuando surgía entre sus amigos, acababa en bronca pues, indefectiblemente, terminaba apareciendo el maltrato animal.

Mientras preparaba en casa las palabras que dirigiría al día siguiente a sus alumnos, comprendió varias cosas a la vez: que adoraba su país, España, que ya lo echaba un poco de menos y que a Carlos lo notaba lejano. Tanto, que ya no le dolía pensar en él. Podía recrearse en su pensamiento, enumerar mentalmente sus defectos sin la disciplina de recurrir a la lista e, indefectiblemente, ya nunca tendría que unir su ciudad, su país a él. Elaboró un pequeño texto con los temas que habían salido en la brainstorming y que le serviría posteriormente para empezar a analizar algunas frases desde el punto de vista gramatical.

Carmen disfrutó confeccionándolo. Carlos no acudió ni una sola vez a su pensamiento.